María y Marta son dos amigas de siete y seis años respectivamente, que todos los días se encuentran en la parada del autobús escolar, comparten clase, aficiones, amigos e historias.
María era un niña regordeta, con mucho mando, -eso de ser mayor-, y con muchas ideas raras en la cabeza. Al menos eso es lo que pensaba Marta.
Marta era más tímida, no abría mucho la boca, y siempre apoyaba lo que su amiga decía. Tal vez por eso, ambas se compenetraban tan bien. Eran muy buenas amigas.
Ambas estaban en una época de verdades y mentiras, relacionadas con el mundo de los adultos.
Una tarde, pasadas las cinco, en el autobús escolar, María le estaba contando una historia a Marta, acerca de lo que había hecho en la recrea con los chicos, cuando le dijo que el Ratoncito Pérez no existía.
Marta se quedó atónita por dos motivos. No sabía a que venía eso, y por supuesto, y por primera vez, su mejor amiga mentía.
Cómo podía ser posible que el Ratón Pérez no existiera, si la noche anterior, le había dejado dos libros debajo de la almohada?
“Mientes María, el Ratompérez existe, y ha venido a traerme unos libros.” –le dijo Marta, toda colorada por el creciente enfado.
“No miento, el Ratón ese no existe, son los padres quienes dejan un regalo debajo de la almohada, a cambio de los dientes que se nos van cayendo.” –le replicó María, toda orgullosa, por saberse la historia.
“Me estás mintiendo, mis padres me lo han dicho, además, es pariente mío, tiene mi mismo apellido, y mi hermana lo ha visto muchas veces, cuando ella era pequeña, y se hacía la dormida, y lo veía acercarse, y le hacía cosquillas con los bigotes, y... y...”
Llegada a este punto, Marta se echó a llorar, tal era su nerviosismo y su miedo.
Uno de sus sueños, una de las verdades de sus padres comenzaba a resquebrajarse. ¿Ahora qué?
María estaba tan segura de lo que decía, y ella era tan pequeña e inocente.
La profesora se acercó hacia donde estaban ellas, para saber el porqué de la llantina de Marta.
“Que te ocurre?” –preguntó preocupada.
“María me ha dicho que el Ratoncito Pérez no existe” –le contestó Marta.
“Y es cierto, no le he mentido, el ratón Pérez son los padres” –protestó María.
“No María, el Ratón Pérez son los padres, Marta está en lo cierto, lo que le han dicho sus padres es verdad.” –dijo ella, mientras, -Marta estaba segura- le vio guiñar el ojo a María.
“Contadme, que habéis hecho en clase hoy?”
La historia entre ambas niñas acabó ahí.
Pero no así la de Marta, y su ratoncito, su querido Ratoncito Pérez,
Cuando llegó a casa, estaba triste, pero nadie se dio cuenta.
Espero unas horas, y mientras su madre la hacía la cena, una tortilla francesa con queso, se acercó al umbral de la puerta y lanzó la pregunta.
“Mamá, el Ratoncito Pérez no existe, verdad?” –dijo, conteniendo las lágrimas.
Su madre se volvió asustada.
“¿Quién te ha dicho eso?” –preguntó.
“María”
“¿Quieres que esperemos a Papá?”
“No. Es cierto, no?”
“Sí y no, hija. Es cierto que María tiene razón, el Ratoncito Pérez no existe como si fuera un ratón normal. Pero sí existe en tu imaginación, y en la de muchos niños.”
Y dicho esto, la abrazó con fuerza.
Pero los sueños existen, y seguirán existiendo siempre mientras haya alguien que crea en ellos con la fe de una niña de seis años a la que no le falta razón.
P.S: Años más tarde, aún recuerda los títulos de esos dos libros, y la ilusión que tuvo al despertar, levantar la almohada, y verlos ahí debajo.
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